Antes que nada quiero decir que coincido
con la mayoría de los señalamientos que se han hecho contra el Partido
Verde en los últimos meses. Me parece un fastidio entrar a una sala de
cine y ver sus spot cuando desearía olvidarme de la política por
unas horas. Coincido con que la propaganda es simplista y hasta
engañosa, pero no lo es más o menos que la presentada por los demás
partidos. Incluso puede ser escandaloso que tenga tantas multas por
violar la ley electoral.
Sin embargo de ahí a alzar el puño,
despotricar mi odio contra el partido desde el título de una editorial,
repetir cuanto lugar común se ha dicho en las últimas semanas y, con
girones de tela enredados entre mis uñas, entrar a change.org para
sentirme parte de una masa virtual que desea borrarlo del espectro
político, hay un enorme trecho.
De hecho estoy convencido que hacer
eso es premiar un conjunto de reglas electorales que están hechas para
premiar la incompetencia política, sirviendo de coartada para algunos
partidos y opinadores que están cómodos con tanta mediocridad, ya sea
por maniqueísmo de oficio o consigna oficiosa.
Para decirlo de otra forma, haríamos
un gran favor a nuestra democracia si separamos las multas y la
indignación que motiva un debate coyuntural frente a una campaña
mediática exitosa nos guste o no, y hablásemos en serio de revisar la
absurda y sobre regulada normatividad electoral que tenemos. A final de
cuentas, el PVEM sólo está aprovechando eficazmente los huecos que dejan
los excesos de la ley.
No podríamos entender la indignación
contra el PVEM sin el hecho de que su campaña mediática está teniendo
éxito, especialmente frente a los votantes jóvenes. Sus mensajes son
directos y simples. Muchas de las propuestas las han venido presentando y
calibrando a lo largo de varias elecciones federales. Y no sólo eso:
son tan sencillas las propuestas que han logrado su aprobación.
¿Resuelven las propuestas del PVEM
los problemas que señalan? Quizás no. ¿Es buena idea resolver problemas
promulgando leyes? Tampoco. Pero los mensajes de campaña son siempre
sesgados: se espera que la competencia entre los partidos lleve a
mensajes de contraste que desnuden las contradicciones de una propuesta y
ayuden a mejorar los contenidos.
Aquí tenemos el primer problema: las
reglas del juego no permiten la respuesta inmediata frente a ataques,
toda vez que la autoridad electoral sanciona los contenidos. Esto de
entrada resta competitividad a las contiendas. No se diga de las
provisiones que distinguen artificialmente los tiempos de las contiendas
de campañas a pre-campañas e inter campañas. La lucha por el poder se
convierte en una pelea de almohadas donde los partidos se protegen entre
sí.
Otro problema: si el PVEM tiene una
estrategia clara desde hace años, ¿por qué los otros partidos no la
tienen? Sólo el PAN parece tener una visión clara sobre cómo dosificar
sus mensajes durante la campaña, aparte de los verdes. El PRI recurre al
pasado en lugar de proycectar al país hacia el futuro. El PRD está
perdido en el espacio en materia de comunicación política. Morena parece
más interesado en mantener a su feligresía con un spot que lleva
meses al aire que evangelizar a nuevos creyentes. Y ni se diga de las
catástrofes comunicativas de los otros partidos.
Antes de quejarnos de la propaganda
del PVEM, deberíamos preguntarnos en serio por qué los otros partidos
presentan propuestas tan mediocres: buena parte del problema está ahí, y
castigar a los verdes por sus spot es premiar la incompetencia general.
Si este panorama es triste, vayamos
al siguiente nivel: los partidos son multados con dinero de nuestros
impuestos. A ellos no les cuesta realmente infligir una norma pues no
tienen por qué competir por recursos toda vez que el 90% del
financiamiento es público. Si no les cuesta el error, les resulta más
fácil violar la ley o simular su cumplimiento.
¿Debemos presionar al INE? En
realidad no tiene mucho caso: más allá del debate sobre si deberían ser
ciudadanos “independientes” sea lo que eso signifique o propuestos por
partidos, ellos a final de cuentas aplican una normatividad hecha por
los partidos para protegerse entre sí.
Si la norma está mal, ¿deberíamos
desobedecerla? Sin justificarla, la respuesta es no: debemos
cuestionarla y presionar por cambios concisos en cuanto termine el
proceso electoral. Pero esto es muy distinto a tomar como buenas
interpretaciones facciosas que se hacen al calor de la contienda
electoral.
Por ejemplo, el único fundamento para
exigir que se retire el registro al PVEM es la fracción e) del artículo
95 de la Ley General de Partidos Políticos, que establece como causal
de pérdida de registro de un partido incumplir de manera grave y
sistemática a juicio del Consejo General del Instituto Nacional
Electoral o de los organismos políticos locales, según sea el caso, las
obligaciones que le señala la normatividad electoral.
¿Qué se debería entender por eso? Es
relativo y cada parte puede opinar lo que sea. Si queremos resolver esto
podríamos tomar dos caminos.
El primero, insistir en la sobre
regulación y establecer números de infracciones y causales “graves”. Al
respecto podría sugerir como causal de pérdida de registro que la
evolución en el número de infracciones a un partido político siga una
secuencia de Fibonacci por cinco meses seguidos.
Y el segundo, liberalizar las normas.
Quitarnos tanta telaraña mental sobre lo que debe ser una contienda
electoral, obligar a los partidos a competir en vez de cubrirse
mutuamente y dejar de considerar al electorado como una masa de
retrasados mentales. ¿O no se han dado cuenta que detrás de todo intento
por salvar al votante de sí mismo al pretender censurar mensajes o
coartar otras libertades se esconde una mentalidad autoritaria y
reaccionaria?
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